27 abr 2007

Qué diario 11 de octubre de 2006

Mundial de relatos cortos: Trufo
Vaya, vaya. Casi no lo cuelgo hoy ¡menudo jaleo ha habido en el Centro por lo del loco que acuchilló a cuatro policías!... La verdad es que no es muy apropiado el relato para un día como hoy, pero con lo que me ha costado "parir" a la criatura... ¡para cambiarlo!
Bueno, mi duelo es el 14, "contra" Clara (¡jolines qué difícil me lo pone siempre!)
Espero que os guste, y que os haga sentir "algo".
Saludico

TRUFO
- ¡Ahí está otra vez! ¿no lo oyes?
- No, yo no oigo nada... ¿Qué suena?
- Un tap, tap... como pasos, ¡como no termine me volveré loco!
- Me parece que te has obsesionado. Yo no oigo nada
- No teníamos que haber escuchado las historias que nos contó este hombre. ¡No en este turno, y no esta noche!
- Ja, ja, ja... yo creo que te impresionas demasiado. Aquí no puede pasar nada. Si hubiera algún ruido, lo oiríamos los dos, y si hubiera alguien, como te parece oír, lo habríamos sabido, ¿verdad Trufo?
- ¡Guau!
El perro levantó la cabeza, mirando a su amo, atento a cualquier orden, como aquella que estaba escuchando, aunque no sabía de quién era. Pero era una voz calma, que le mandaba estar quieto.
- Pues estoy convencido de haberlos oído.
- ¿No será que no quieres hacer la ronda? Si te da tanto miedo, podrías ir con Trufo, no creo que le haga muy feliz, pero ya sabes que es muy obediente. -La sonrisa irónica no terminaba de desaparecer de su cara -... ¿Un hombre tan grande y asustado?
- No, no te burles de mí, no es que no quiera hacer la ronda. Y gracias, iré solo a la primera vuelta, como me corresponde por haber perdido a las cartas. No tendría que haber hecho caso a mi corazonada.
Ante la seriedad de la voz del que no era su dueño, ni tampoco la Voz, Trufo miró a los dos humanos. El que no era su amo, no era de los que más le gustaba. Pero, aunque no le gustaran los perros, que eso un perro lo nota, siempre era amable con él, e incluso a veces le daba galletas. Y un día hasta lo llevó a pasear cuando su dueño estuvo enfermo. Lo pasaron bien. Sí, no era de los humanos que más le gustaba, pero le caía simpático.
Trufo se estiró. Ya hacía un rato que no oía la Voz. Se puso en pie, y se acercó a su amo. Con un poco de suerte, le daba algo de comer.
- Ahora no, Trufo. Dentro de un momento, a la hora del bocadillo y cuando vuelva nuestro amigo asustado. - Aunque esto había sido dicho con un tono de sorna, miró a su compañero con mucha atención. Le preocupaba. No era un hombre asustadizo ¿Y si había oído los pasos realmente? ¿Y si de verdad había alguien por allí merodeando?
- ¡Otra vez! ¡En el pasillo 2! ¡Voy a ver qué demonios es eso!
En ese momento, Trufo erizó los pelos del lomo, retrajo los labios y empezó a gruñir. Nadie haría daño a sus humanos, si él estaba por allí. No le gustaba nada el olor que percibía. No se parecía a nada que le hubieran enseñado a distinguir. Ni a ninguno de los olores del almacén. Pero era un olor malo. Al ver que el humano echaba a correr, él lo siguió, desoyendo a su amo, por que igual que antes la voz le decía que tenía que estar quieto, ahora le decía que tenía que ir tras el hombre que corría, que estaba en peligro.
- ¡¡Trufo, por Dios, vuelve!! - diciendo esto, cogió el silbato para el perro, el arma, una linterna y salió corriendo tras los dos.
Al llegar al pasillo, lo primero que vio fue a su compañero desaparecer tras un recodo, con el perro pisándole los talones. Acto seguido, se escuchó un grito, y Trufo pareció enloquecer.
Echó mano a la radio, y sin dejar de correr y siguiendo un impulso dijo: - Atención, aquí puesto de guardia del almacén, necesito refuerzos. ¡Rápido! Pasillo 2, posiblemente mi compañero esté herido, el perro se ha vuelto loco.
Un gañido y una serie de gruñidos le dio a entender que Trufo estaba peleando con alguien: ¡Alto! ¡Alto o dispar....
En ese momento, al doblar al fin la esquina, casi deja caer la radio de una mano y el arma de la otra.
Su compañero estaba en el suelo, doblado por la cintura, en posición casi fetal. El perro tiraba de algo escondido en las sombras, inmune a los golpes que estaba recibiendo. Algo entre dos muebles, tenía un palo o una barra en las manos, con lo que estaba intentando lograr que el perro soltara la presa. Pero Trufo no soltaba, había cogido con los dientes algo más que tela, y no estaba dispuesto a dejarlo ir.
Entre dos golpes, a Trufo le dio tiempo a tomar impulso hacia arriba y, soltando la ¿pierna? que tenía entre los dientes, consiguió aferrar una mano.
La voz de la radio, le hizo reaccionar: ¿Algún herido? ¿Qué está sucediendo? Los refuerzos van en camino.
- ¡Alto! ¡Si no está quieto, dispararé!
Una voz muy extraña ordenó: ¡Dígale al perro que esté quieto!
- Suelte la barra y salga hacia el pasillo, muy despacio.
- No puedo hacer eso con el perro mordiéndome la mano.
- Si se mueve muy despacio sí.
Los golpes cesaron, pero nadie salió a la luz. Trufo cayó al suelo, gañendo. Tenía la mandíbula desencajada.
Se oyeron más pasos en el pasillo, de camino hacia ellos. No bajó el arma:
- Le repito, salga a la luz, han llegado refuerzos, el edificio estará rodeado, esto es una zona de seguridad, no tiene por donde salir.
Llegaron los primeros hombres, que vieron un perr, llorando, un hombre en el suelo, sangrando, y otro de pie, sudando frío con el arma en posición, apuntando a algún sitio en sombras.
Se oyó, por todo el almacén, una carcajada, que provenía del lugar al que apuntaba el vigilante: - Nadie me cogerá jamás ¡¡ja, ja, ja!! Llevo más de 50 años por aquí, ¡y nunca me cogieron!
El primer policía que había llegado, con el pelo del cuello de punta, encendió la linterna y, en el mismo movimiento, la apuntó hacia allí, y avanzó con el arma preparada para disparar.
No había nadie.
Un par de horas después, el informe del médico, fue determinante. Si no hubiera sido por Trufo, que se recuperaba en la clínica veterinaria, al “hombre asustadizo” lo hubieran devorado. Un hombre, quizá una mujer, que por el desgaste de los dientes debía tener muchos años, aunque una persona tan anciana no podía tener la fuerza suficiente para derribar a un hombre de 1,85 y 100 kilos de peso.
- Si no hubiera sido por su rapidez llamando para pedir ayuda, hoy tendríamos que lamentar varias muertes. Es un héroe.
- No, no lo soy, soy un estúpido. Mi compañero había oído los pasos mucho antes que yo. Y me burlé de él, e intenté detener al perro cuando salió corriendo detrás.
- ¿Por qué dice que se burló de él?
- Mire director. Un compañero, al hacer el relevo, nos contó una historia, que tiene que ver con esta institución.
- ¿La anciana que se escapó de su habitación y que vuelve periódicamente, haciendo desaparecer a alguien?
- Sí. ¿Conoce usted la historia?
- Sí señor, la conozco. Demasiado bien. ¿Por qué cree que puse una vigilancia tan extrema, y cámaras y perros y turnos constantes, y acuerdos con la policía?
- ¿Señor?
- Es una mujer muy peligrosa, como ha comprobado hoy. Y nunca nadie la ha visto. Pero no es la única vez que ha actuado. Y, me temo, que no será la última.
Cuando salió del hospital, para ir a la clínica donde Trufo se recuperaba, el vigilante había envejecido varios años, y tenía el pelo con grandes mechones blancos. El policía que había descubierto que no había nadie, lo esperaba en la puerta.
- ¡Perdona! Si contamos esto, no nos creerán ¿Verdad? Quiero decir: Tú también oíste la voz ¿No? Y habías sentido que había alguien ¿No?
- Sí. Hablé con ese alguien. Y Trufo lo mordió. No sé qué será, pero está herido. Quizá fuera fácil encontrarlo ahora. Aunque el director no quiere que vaya yo, ni que vaya hoy. Dice que hará un reconocimiento, por si hubiera sangre. ¡Espero que la cojan!
- Oye, ¿Cómo está el compañero? ¿Y el perro? ¡Debes sentirte muy orgulloso de él!
- Me siento muy, muy orgulloso de Trufo. Es un gran compañero. Voy a verle. ¿Vienes?
Y se fueron los dos. Policía y vigilante, unidos por el miedo

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