26 abr 2007

Qué diario. 04 de julio de 2006


La Gran Macedonia 12

Capítulo 1: Donde siempre, de mano del Señor David Fluxà en Sacapuntas
Capítulo 2: La Señora Teresa, en Dalt de l'arc de sant marti...
Capítulo 3: Señor Jorge Herre, en Para la libertad
Capítulo 4: Señora Macaria Corleone, en Macaria quiere ser una maruja
Capítulo 5: Señorito Izan, en Izan Evolution
Capitulo 6: Señor Jesús Valdivieso en Crónicas Terrestres.
Capítulo 7: Señor Peter Pan Demonium, en Pandemónium
Y ahora yo... Vamos a ello
La confesion
Capítulo 8
Miguel vió, aterrorizado, cómo una masa con una forma no muy definida, y bastante fea, salía del cuerpo de María, para tratar de introducirse en la deforme enfermera. Con una mezcla de repugnancia y miedo, se dió cuenta que aquella cosa (¡Cielos, recordaba vagamente a un bebé!) no lo conseguía (claro, la inexperiencia... no se puede entrar en un cuerpo, si no hay agujero) quedando en el suelo de la ambulancia, lanzando una especie de berrido que taladraba sus tímpanos.

A eso había que añadir los alaridos de la enfermera, aquella rotura tan múltiple debía doler un riñón. Y la gente que conducía la ambulancia ¿Es que no oía nada? ¿No iba nadie a mirar por aquél ventanuco?? ¿No se daban cuenta de que necesitaba ayuda? ¿Qué hacía él allí, en una ambulancia que iba a todo trapo, con una enfermera histérica, un "algo" berreando en el suelo, y un cadáver que se movía...?¿Cómo? ¿Que se movía? No podía ser, se estaba volviendo loco. Era imposible. Seguro que estaba en estado de shock por la impresión de la noticia del embarazo, la de la muerte de María, el viaje en ambulancia.... ¡¡Dios Santo, le miraba!! Pero, eso seguro que era un movimiento espasmódico de esos que dan algunas veces a los muertos...

- Miguel, tienes que acabar con esa cosa.
- Tú, tú, tuuuuuu ¡¡¡estás muerta, Dios Bendito!!! ¡¡Yo lo ví!! ¡Estamos de camino al anatómico forense!
- ¡¡Cállate!! Tienes que escucharme... tienes que acabar con mi hijo. He hecho muchas cosas. De la mayoría me arrepiento. Entre otras, me arrepiento de haberte seducido. No eres mal tío. No te mereces lo que está por pasarte. Estabas predestinado a engendrar a esta criatura. Y yo... ¡me arrepiento! Nunca creí en nada, pero no por eso voy a dejar el mal suelto. Supuestamente, eso que hay ahí (¿podrías darle un puntapié para que se calle? ¡Gracias!) es el anticristo. Tienes que acabar con él. Tú sabras cómo, para eso eres cura, y tienes tu fe.
- Pe-pe-pero, pero, ¿No estás muerta? Quiero decir, todos dijeron que...
- Pero mira que estás ciego. Claro que estoy muerta. Esto es sólo un... digamos... ¿No estoy muerta? Sí, si que lo estoy, no tengo pulso.
- Pues no entiendo nada.
- No tienes nada que entender. Acaba con eso, y déjame descansar tranquila. Digamos que esto es para enmendar mis errores. Tiempo extra. O llámalo milagro. ¡¡Pero acaba con esa maldita cosa berreante!!
Miguel aferró el llavero con forma de crucifijo. En alguna otra parte de la ciudad, Silas estaba tan tranquilo, celebrando convenientemente que había acabado con el mal, cuando su teléfono móvil sonó. Era un código. El crucifijo que se había perdido. Y alguien lo estaba accionando. Algo no andaba bien...

Y continuará en el Diario de un chico trabajador o adiós a la holganza, del Señor Anacleto Agente Secreto

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